lunes, 22 de octubre de 2012

Hace algunas noches.

Toca hablar con la gente y decirles lo feliz que eres, lo contenta que estás y lo bien que te sienta vivir en corazón de Europa, aunque últimamente casi no salga el sol, aunque llueva y haga frío.

Pocos saben de mis malos momentos, de mis caídas y de esos ratos en que me digo a mí misma "¿Qué leches estás haciendo aquí?" y los que lo saben no lo consienten, pues creen en la injusticia del que se ha ido para "disfrutar" como único objetivo. Creo que nunca había oído tantas veces esa palabra: disfrutar.


Y sin embargo... hace algunas noches, cuando me fui a dormir, apreté fuerte los ojos e intenté pensar que estaba en casa. Quería creer que la luz que entraba por la puerta era la del patio de luces; que el ruido de pasos era papá, en su última visita nocturna a la cocina, antes de ver la tele otro ratito e irse a la cama a intentar conciliar ese sueño que le han quitado los años. Quería pensar que a mi espalda estaba la mesita con la lamparilla y que si alargaba un poco el brazo podía tocar mi mueble oscuro, donde está la enciclopedia y suelo dejar las gafas cuando termino la lectura de antes de dormir. Deseé que al día siguiente fuera sábado...
desee estar lejos de ti.


Cuando me levanté aquí, como cada día en este último mes me fui al centro, a ver turistas mientras voy a clase y ya me siento un poco menos "forastera". Y seguí adelante, porque estés donde estés la teoría no cambia: el que sea cae, se levanta.