miércoles, 8 de enero de 2014

Una mirada vale más que mil palabras

                Me gusta mirarlo cuando él no me mira. Es ese momento que todos compartimos alguna vez en nuestra, sana supongo, envidia hacia la gran pantalla. Creo que todos queremos ser los protagonistas de una pequeña historia alguna vez; una de esas con flashback y una música chula de fondo que evoque tiempos mejores o sentimientos de nostalgia. Yo me sumerjo en mi pequeño cortometraje cuando lo miro, sobre todo cuando lo miro a través de la mesa, colocando sus papeles y acertando con las teclas del ordenador. Lo miro desde la perspectiva desde la que lo he mirado muchas veces más y sobre todo lo miro sonriendo al pensar que son los mismos ojos que un día no querían parar de mirarlo, y ahora tampoco quieren. Mirarlo no supone una forma de examinarlo, más bien lo contrario: me examino a mí en mi percepción de él, y por ahora la respuesta ha venido dada involuntariamente por unos sentimientos que afloran al recordar las tardes de verano, aquella viveza, ese positivismo que a mí me revivió y siempre agradeceré. Veo al chico del polo azul marino que ahora lleva jersey y eso me recuerda el paso del tiempo. Veo que nota que lo estoy mirando y no le importa, ni siquiera aunque hayamos tenido alguna “peleilla”, porque el tiempo se encarga de rozar a las personas para que así sean más conscientes de lo que pueden perder.
                Pero sobre todo me gusta mirarlo porque sé que tarde o temprano va a levantar la mirada y me va a corresponder, y mientras eso pase y le sigan brillando los ojos, sabré que el día no ha pasado en balde.


Buenas noches.

martes, 7 de enero de 2014

Microcuento

Él se esforzaba año tras año por enseñarle qué era la magia. Los ojos misteriosos, la varita, la capa y la chistera no eran razón suficiente para que ella creyera en su poder. Entre apariciones y desapariciones, palomas, conejitos blancos y pañuelos de colores pasaban las semanas hasta que ella, finalmente, se rendía al embrujo de un truco que no supiera explicar.

El problema es que después de los focos y las risas, cuando el truco acababa y bajaban de aquel escenario, él volvía a la vida real, aquella donde sin la capa y la chistera no lo reconocían, pero para ella no había otra realidad que no fuera la magia.

Ella se quedó atrapada en el viejo truco de la sierra hasta tal punto que siempre creyó que una parte de ella permanecía guardada en una caja, esperando a ser recompuesta. Y él era un ejecutivo inadvertido en una multitud de sueños, un estirado con corbata que guardaba una baraja en el maletín.

A veces sus vidas se cruzaban un momento en aquel teatro abandonado, donde ella refugiaba sus pensamientos y él daba alas a su vocación. Pero sus mundos nunca llegaron a tocarse.
Porque él no sabía ver la magia en la realidad; y para ella no había otra realidad, que no fuera la magia.

domingo, 5 de enero de 2014

M

Un año más nos situamos en este día agridulce que me recuerda que mis ilusiones de cada año se ven contrarrestadas por la necesidad de mi mayor ilusión, que es el poder haberte conocido.

Intento imaginarte regañándome, abrazándome, dándome besos y cuidándome ante el resto. Intento pensar siempre que nos llevaríamos muy bien, incluso que formaríamos un buen equipo.

No hace mucho tiempo encontré una foto tuya que nunca había visto: sentado, tan tranquilo, como delante de la tele, comiendo algo de un gran cuenco. Sonreí al pensar que seguramente yo estuviera haciendo lo mismo y de hecho aquella noche soñé con la necesidad de tenerte a mi lado, como a un amigo.


Este es mi pequeño homenaje hacia ti, hacia la persona que de alguna manera siempre está; a la que más de una vez seca mis lágrimas desde el cielo con caricias.