martes, 17 de mayo de 2011

Sé que no vas a volver, te conozco bien...

Paradojas de la vida:

Por muchos meses que pasaran, él nunca podría llegar a imaginarse el grado de cariño que ella sentía. Los "te quiero" que habían flotado por el aire mientras los dos compartían techo, oxígeno, palabras y un abrazo despistado que se colaba por la ventana.

Él nunca supondría que en realidad ella no quería formar parte de su vida ni entrar tan de lleno en un ámbito público; ella tenía miedo de un comienzo porque sabía de sobra que cada comienzo tiene un fin. Eso sí era querer apasionadamente. Nunca llegarían a quererse de la misma forma pero siempre se entenderían sin hablar. Las miradas eran el alimento de cada semana y las despedidas las torturas hasta el próximo encuentro. Se perdían sin dejarse escapar y después...


bueno, después ella despertaba, como suele ocurrir en los cuentos y en las historias de terror. Caminaba, veía el Sur para poder encontrar el Norte. Odiaba la situación en que vivía y eso le hacía sentir mejor. Él también pensaba en ella y ella lo sabía; sólo que él nunca se lo diría y a ella nunca la creerían.

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