Supo arrancarle el corazón del pecho, mirarlo entre sus manos y despedazarlo en un momento para después, como si de poseer toda la eternidad se tratara, componerlo trozo a trozo, pieza a pieza y mimarlo con calor hasta dejarlo perfecto; para después irse, con la desfachatez de llevárselo.
Muy generoso al fin de al cabo, podía haberlo roto y abandonado así sin más, o quizá un gran egoísta, para qué llevárselo si luego lo va a ignorar.
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