Hoy, tras muchas semanas
de quietud y paz, en este nuevo yo que supone contar hasta diez y morderse la
lengua antes de chamuscar a alguien con palabras, me he enfadado con el mundo.
No me ha gustado lo que he visto, no me ha gustado revivir en mí la sensación
de querer dar una patada a todo, quitar aquello que simplemente molesta.
No sería yo de no ser por
las batallas que libro. Perdería la personalidad por el camino si me deshiciera
de mis desvelos: pero soy un ser humano, y a veces me canso de ser un punto de
mira, un blanco, una diana, un cajón desastre. Como ser humano, me duelen los
enfados des-motivados, pagar por lo que creo que no he comprado y sobre todo,
sentirme castigada: especialmente ahora. Ahora que intento ejercer una libertad
de expresión y pensamiento que me lleve a desarrollarme como persona como a mí
me gusta: sin hacer ruido. Ahora que intento estar dispuesta cuando alguien lo
requiera, sacando ganas desde la poca disposición de los hechos a hacerme un
guiño en los últimos tiempos.
Luego ha habido tormenta
y la vulnerabilidad se ha reflejado al mismo tiempo que los relámpagos en los
cristales de la oficina. El ambiente ha quedado fresco antes de que los truenos
empezaran otra vez. Han vuelto el bochorno y el sudor. Solo que esta vez no
tenía miedo.
No me juzgues no, no me
juzgues por caminar.
Y enfádate si quieres,
que no por ello voy a parar.
Gracias, sonrisa de verano.