Y así, sin la percepción
que podía suponer el acto de avanzar, dejar cosas atrás, mirar la arena para no
encontrar las huellas hace un momento marcadas nunca más, con la seguridad de
haber almacenado cada recuerdo, guardado cada ruta y atesorado cada palabra
bonita, dejó que la brisa ejerciera su voluntad y se encargara de sus pasos. Ya
no tenía por qué oponerse a nuevos e indefinidos rumbos, pues bien sabía que
allá donde fuera también saldría el sol, también habría tormenta…
Había vendido su casa,
vaciado sus bolsillos y despojado su vida de aquello que le pudiera recordar
una vida que no fue, un sentimiento que murió, de pena, en la soledad de
haberse creído inventado para dos. Todo muy poco a poco. Un incendio de
recuerdos y verdades a medias estaba consumiendo su alma. Todo muy poco a poco.
Apenas unos días antes descolgó la última foto de la pared, ya sin rabia o
recelo, sin felicidad. Hasta que llegó el rescate. Alguien se coló en su casa,
sin permiso, sin maneras. Le quitó todo: hasta sus miedos. Aún mientras veía
unos brazos extraños rodear su cuerpo, una parte de su ser se aferró a una
memoria pasada; aún por un momento se torturó con el desbanco de sus emociones.
Pero poco, muy poco a
poco, empezó a reaccionar, a sentir una extraña atracción por el deseo de
posesión que lo intruso provocaba. Cedió, como cede ante la vida aquel que lo ha perdido todo. Se fundió con lo extraño, no
daré más detalles, y tras el paso del huracán sintió la fuerza que le faltaba
para escribir un nuevo episodio. Corazón en mano y tembloroso, sentimientos indefinidos
y ganas de escapar le movían ahora. Quizá, pensó, a veces nuestras mitades han
de encontrarse por un momento. Quizá hay personas que aparecen de mundos donde
también se ahogan y vienen a enseñarnos algo, a recordarnos que estamos vivos.
Quizá, ¡Ojala!, la otra parte también aprende. Lo importante es que después se
marchan sin hacer ruido. Y no duele. No hay lágrimas, pues suele ocurrir que el
rescate se produce cuando las has agotado todas.
Y así, sin la percepción
que podía suponer el acto de avanzar, dejar cosas atrás, mirar la arena para no
encontrar las huellas hace un momento marcadas nunca más, con la seguridad de
haber almacenado cada recuerdo, guardado cada ruta y atesorado cada palabra
bonita, dejó que la brisa ejerciera su voluntad y se encargara de sus pasos.
…y nunca miró atrás, para
que se le olvidara el tiempo que le habían robado.
Gracias, sonrisa de verano.
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