lunes, 19 de agosto de 2013

La playa

Y así, sin la percepción que podía suponer el acto de avanzar, dejar cosas atrás, mirar la arena para no encontrar las huellas hace un momento marcadas nunca más, con la seguridad de haber almacenado cada recuerdo, guardado cada ruta y atesorado cada palabra bonita, dejó que la brisa ejerciera su voluntad y se encargara de sus pasos. Ya no tenía por qué oponerse a nuevos e indefinidos rumbos, pues bien sabía que allá donde fuera también saldría el sol, también habría tormenta…
Había vendido su casa, vaciado sus bolsillos y despojado su vida de aquello que le pudiera recordar una vida que no fue, un sentimiento que murió, de pena, en la soledad de haberse creído inventado para dos. Todo muy poco a poco. Un incendio de recuerdos y verdades a medias estaba consumiendo su alma. Todo muy poco a poco. Apenas unos días antes descolgó la última foto de la pared, ya sin rabia o recelo, sin felicidad. Hasta que llegó el rescate. Alguien se coló en su casa, sin permiso, sin maneras. Le quitó todo: hasta sus miedos. Aún mientras veía unos brazos extraños rodear su cuerpo, una parte de su ser se aferró a una memoria pasada; aún por un momento se torturó con el desbanco de sus emociones.
Pero poco, muy poco a poco, empezó a reaccionar, a sentir una extraña atracción por el deseo de posesión que lo intruso provocaba. Cedió, como cede ante la vida aquel que lo  ha perdido todo. Se fundió con lo extraño, no daré más detalles, y tras el paso del huracán sintió la fuerza que le faltaba para escribir un nuevo episodio. Corazón en mano y tembloroso, sentimientos indefinidos y ganas de escapar le movían ahora. Quizá, pensó, a veces nuestras mitades han de encontrarse por un momento. Quizá hay personas que aparecen de mundos donde también se ahogan y vienen a enseñarnos algo, a recordarnos que estamos vivos. Quizá, ¡Ojala!, la otra parte también aprende. Lo importante es que después se marchan sin hacer ruido. Y no duele. No hay lágrimas, pues suele ocurrir que el rescate se produce cuando las has agotado todas.
Y así, sin la percepción que podía suponer el acto de avanzar, dejar cosas atrás, mirar la arena para no encontrar las huellas hace un momento marcadas nunca más, con la seguridad de haber almacenado cada recuerdo, guardado cada ruta y atesorado cada palabra bonita, dejó que la brisa ejerciera su voluntad y se encargara de sus pasos.

…y nunca miró atrás, para que se le olvidara el tiempo que le habían robado.











Gracias, sonrisa de verano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario