viernes, 6 de diciembre de 2013

EMT

Debo ser de las personas más enamoradas del transporte público que conozco. Disfruto sentándome y viendo a la gente pasar, sonrío con los pequeños detalles y alguna vez tengo que controlarme para no quedarme embobada mirando a alguien y que él o ella se incomode.

Sentada ayer en el autobús, dispuesta a entrar en la facultad por la mañana y salir al esconderse el sol, mi atención se centró en un puesto de flores de la Alameda Principal, justo enfrente de la parada. Me preguntaba si comprar este año una flor de pascua y que esa fuera la decoración navideña de este sitio que habito, aunque reconozco que a mí (inexperta y novatilla) aún me rechinan un poco las campanas, las bolas, los abetos y el trajín de gente en un pueblo de playa, lo que para mí antes estaba asociado a verano, vacaciones y descanso. A lo que iba, algo llamó gratamente mi atención: un hombre bastante mayor compraba una rosa roja con una sonrisa de oreja a oreja. Yo imaginaba, mientras se alejaba, al hombre llegando a casa, entregando la rosa a su amada y alegrándole el día. El autobús ya estaba empezando a moverse y de soslayo miré el puesto de flores una última vez: también había rosas amarillas, mis preferidas; aunque bien pensado, ¿A quién le importa el color de la flor con un detalle así de bonito?
Y entonces lo supe: ya no sirve de nada mirar hacia atrás, puede que incluso el presente no tenga sentido. Y si pierdes, pierde ahora que aún estás en edad de encontrar. Y si te sientes solo, busca el mundo que te rodea cada día. No envidies, me digo, a los que se quieren momentáneamente únicamente porque desees los brazos que rozan otro cuerpo. Prueba, espera, pero sobre todo, no tengas prisa, porque merece la pena derramar ahora alguna lágrima si lo que viene después es nítido, verdadero y para siempre.


A lo mejor no tenía que ser él quien de aquí a cincuenta años, te llevara una rosa a casa por la mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario