Y ahora, tras la primera toma de contacto con la ansiada (o no) Navidad, vienen esos días de reflexión, de balance, de lo que sí de lo que no, los asuntos pendientes, de dónde quedaron las ilusiones que juramos hace ahora trescientos sesenta días.
Pensaba escribir mi balance y sobre la marcha he decidido esperar. De hecho, si no tuviera que cenar con la familia, recoger la mesa y prepararme para las uvas seguramente dedicaría ese último rato a la escritura, para asegurarme de que poco o nada varíe mi vida desde balance al momento de las campanadas; y es que si algo me ha enseñado el 2013 y aún más mi situación actual es que todo puede cambiar en un momento. Y no han sido pocos no, los cambios de este año: pero lo dicho, luego os lo cuento.
De momento me voy a dormir feliz en este casi acabado día de Navidad. Feliz... en esta felicidad que a ratos se hace amarga, porque los días me van haciendo cada vez más impaciente, cada vez más exigente. Si ya conocía la fugacidad de los momentos felices, incluso el miedo que da saberse feliz y temer que algo malo venga pisándote los talones, ahora, feliz o no, casi siempre tengo miedo: ese miedo tan enfermizo que siente el que ve tambalearse sus mayores ilusiones, el que vive trazando planes casi paralelos a veces, como queriendo crear una falsa línea de seguridad por si alguno de ellos hubiera de fallar.
Tendemos a comparar nuestras vidas con el mar, la playa, el vaivén de las olas como sinónimo de nuestros propios cambios...pues bien, ahora creo que a la playa van dos tipos de personas: las que no se molestan en construir un castillo de arena porque saben que cuando suba la marea se destruirá y lo poco que quede de él será barrido por la máquina que pasa a primera hora de la mañana, y las que lo construyen sin más, asumiendo el riesgo, con la ilusión de un niño para verlo montado; porque al final, no importa las torres que tenga, seguramente no tenga bandera, ni princesa, ni cocodrilos, ni dragón... pero como Sergio y yo solemos decir muchas veces: ¿Y lo que nos hemos reído? Pues eso, eso es lo que se pierde el hombre escéptico que no construye su castillo.
Por eso quiero irme a la cama feliz en el miedo, pero agradecida de tener un cubo y una pala. Voy a construir y voy a disfrutar de la arena (ahora, que toca nieve, muñecos y belenes, así soy yo). Porque por ti volvería a construir la Torre de Babel con sus siete pisos, y si al final el mar se la lleva, empiezo otra vez.
Por eso somos arena y tenemos tantas formas.
Buenas noches
No hay comentarios:
Publicar un comentario