En la vida, como en el fútbol, nos esforzamos rápidamente por aquello que nos importa, empleamos nuestra energía y corremos porque el tiempo nos pisa los talones… cuando llegamos al área pequeña del asunto, las opciones se bifurcan: podemos meter el gol, celebrarlo y ganar la victoria; pero también puede el adversario quitarnos la posesión de aquello que queremos y realizar un contraataque que nos deje desprevenidos y nos haga correr cuesta abajo, sin más intención ni más miramiento que recuperar aquello que era nuestro.
En la vida, como en el fútbol, no sirve de nada meter unos cuantos goles si no ganas el partido, porque la prensa es exigente y no valorará tu esfuerzo, sino que criticará lo que te faltó por hacer.
No valen las patadas, los empujones ni las zancadillas. Hay faltas involuntarias, tantas como errores grandes que conllevan tarjetas rojas. También hay público, que aunque más reducido, te sigue con pasión, te vigila con cariño, llora contigo y te regaña cuando eres vago, no te mueves, te quejas sin motivo o te tiras al suelo para llamar la atención.
En la vida, como en el fútbol, podemos repartir la carga con nuestros compañeros de fatiga, ayudarlos a levantarse del suelo o simplemente darles un buen pase, ese que necesitan para triunfar. Hay saques de puerta, que son segundas oportunidades, para hacer las cosas bien esta vez; hay corner, situación extrema que nos hace reaccionar en un instante para impedir perder.
En la vida, como en el fútbol, siempre quedará pensar qué habría pasado si hubiéramos chutado a puerta, cómo habríamos celebrado el gol de haber ganado, o cómo nos iría si hubiéramos aceptado la oferta de otro equipo.
¿Sabes que es lo mejor del fútbol? Que cada semana es una nueva oportunidad para intentar ganar.
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