Descolgando las cosas de
la pared, imaginando a mi padre al lado diciéndome que tengo el síndrome de
Diógenes y entre la nostalgia que me da tener que meter nueve meses de vida en
esta preciosa ciudad en una maleta, he caído en la cuenta de que estaba rasgando
folios que de haberse tratado de septiembre estaría archivando con ímpetu.
Rasgar folios es algo
insignificante y sin embargo hoy ha sido la prueba más clara de mi cambio:
cuando vuelva a España habré simplificado una gran parte de mí y habré dejado muchas
cosas en la papelera: la física y la emocional. Se acabó guardar, hace daño.
Estoy escribiendo lo más importante que tengo y guardándolo en el bolsillo
secreto de la parte de atrás de mi cuaderno para que no se me olvide; pero he
roto con el pasado. Hay muchas cosas que no quiero para esta nueva versión de
mí. Hago los trazos de los próximos capítulos de mi vida, borradores de una
novela aún sin escribir, pero he tirado aquello que al contemplar me recuerda
que ha dolido. Ya no merece la pena.
No me había dado cuenta
de que he estado cerrando párrafos sin saber que tú eras el gran capítulo, el
epílogo de esta etapa que está por
concluir, y sin él no podrá salir el libro a la luz. Reconozco que me aterra la
idea de pasar página.
Olvidarte sigue siendo
algo que muchas veces intenté hacer, y nunca quise lograr.
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