Cuando pienso en la
tranquilidad que podría suponer para mí hablarte de lo que de verdad pasa y que me escucharas, creo que las
consecuencias serían demasiado dolorosas e insoportables; es ahí, cuando caigo
en la cuenta de que entonces un sentimiento puede ser más fuerte que una
necesidad. Cuando la condena impuesta precede la liberación puede que tengamos
un problema. Si el problema es alto, guapo y ocupa tus últimos pensamientos
antes de irte a dormir ya no hay salvación. La libertad que nos da sentir nos
encierra de alguna manera en los pensamientos que albergamos hacia lo que
queremos, volviendo a caer así en el lado ambiguo de casi todas las cosas de la
vida.
No es buena señal sentir
que dejar correr los sentimientos significaría perderme, perderte; tampoco lo
es querer quedarse en la cárcel si tenemos la llave en el bolsillo. De alguna forma,
todos somos reos con una sentencia marcada por la muerte; de alguna forma,
todos somos libres por el don de palabra y pensamiento.
Quizá como me taparon los ojos, me equivoqué al creer que al final del corredor, vas a estar tú.
Quizá como me taparon los ojos, me equivoqué al creer que al final del corredor, vas a estar tú.
Ahora que tengo libertad
para quererte, ¿Es el momento de empezar a olvidarte?
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