Muchas cosas han pasado, muchas y muy diversas. Un verano planteado con de todo menos descanso, unas sensaciones muy variadas, la extrañeza que dan las cosas que se salen de lo que acostumbramos.
Una filología a unos días vista de ser una realidad, a pesar de que mi corazón/ordenador/paciencia van a llegar en la reserva.
Una habitación redecorada, sin dolor ni rencor, sino con la seguridad de saber una etapa cerrada, con los cambios que conlleva, con la vista al frente.
Planes difusos, poco marcados ya por las personas de alrededor. La vida sigue, ellos marchan, cada uno toma su rumbo, como es normal aunque nos cueste creerlo. A mí, tras nueve meses fuera de la madre patria, estar dentro de la misma península ya me vale, poco importan los kilómetros, cuando mueve más el coche el sentimiento que el acelerador. Por ratos de risa como los de ayer contigo, yo haría 200km cada día sin rechistar. Y a los que se marchan de la península este año, los visitaremos con alegría :)
Me tienen tan ocupadas las horas del día que cuando llega la noche estoy agotada para caer en la cuenta de la vida personal. Hago deshago voy y vengo y a ratitos me duele el corazón. Charlas y consejos se suceden, unos más duros que otros, unos nos gustan más que otros. Pero no me muevo de mi sitio y, confieso, eso me hace sentir rebelde, a veces tonta también, pero sobre todo fuerte. Porque creo que no hay más fuerza que aquella que sacamos cuando no podemos. Momentos de reflexión, de contemplación, de calma; a pesar del movimiento de fuera, interiormente, estoy sentada. Mirando a la ventana, como a mí me gusta.
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