Porque un día de autoestima lo tiene cualquiera, ella se levantó aquel día con muchas horas de sueño en el bolsillo y ganas de comerse el mundo. Ducha y desayuno en albornoz adornados por la música de Frank Sinatra y el que hasta ahora parece su más digno sucesor: Michael Buble. Sonreía mientras se ponía lo mejor que tenía en el armario para verse bien evitando la provocación más directa y pensaba en cómo sería la noche de aquella mañana que tan de película se había presentado.
Terminada la jornada laboral se dispuso a comer en el centro, llevando aún en la cabeza las últimas palabras del jefe de departamento: "Nos vemos mañana.... o en el futuro". Bastaba con eso para mantenerla feliz, a pesar de que la situación con él le hizo pensar que por primera vez en su vida tenía un prototipo de hombre ideal, algo que hasta el momento no había conseguido definir. Ahora, la idealización había pasado a tener una cara, un nombre y un carisma, muy difíciles de encontrar.
Una parada en la oficina de correos y una idea repentina: comer enfrente. Nunca se había decidido a entrar a esas cafeterías "Coffee Lovers" que podían encontrarse en varios lugares céntricos y aquella parecía la ocasión perfecta de tomar un sandwich y un coffee, aunque sin lover.
Una vez encontró una mesa pequeña para no robar mucho espacio, se sentó a contemplar el nuevo sitio con el encanto que tienen las primeras veces en un mundo que parece carecer cada vez más de ellas. Fue entonces cuando lo vio. También cuando él la vio a ella, a cada cual, más sorprendido.
Era el hombre perfecto. Parecía sacado de una película tipo...Los chicos del coro. Vestía quizá demasiado clásico para la época y para la temperatura, pero sin duda lo que más impacto causó en ella, es que estaba escribiendo. Así que ni corta ni perezosa sacó de su bolso el bolígrafo y abrió su cuaderno, el que yo ahora tengo en mis manos:
"Un chico guapísimo escribe, me mira y sonríe. Pienso en que quizá yo algún día pueda ser escritora; y venir a Praga a verte, a comer tarta y que me sonrían. Que me sonrías.
He pasado 22 años creyendo que no tenía prototipo de hombre ideal; 4 de ellos convencida de que el hombre de mi vida eras "tú", 6 meses soñando con un imposible y finalmente, exhausta, me siento en un café y encuentro lo que quizá más necesito, alguien perfectamente alcanzable que me recuerde lo joven y guapa que soy, lo bueno que me queda. Hoy es, definitivamente, un día de película; ¿Por qué no? Esta Carrie también merece su Big. Ya va siendo hora de que alguien me vuelva loca con una mirada, que me apunte su teléfono, que haga por conocerme, que se ría por mí y no de mí.
Un cruce de miradas entre nosotros y un par de ellas al infinito para recavar pensamientos. Me pregunto qué estará escribiendo en tinta verde. No paree que esté estudiando. Nuestras miradas se acababan de encontrar, debo estar roja. Me ha sonreído, he devuelto la sonrisa. Y si hoy tenía que ser un día de película, ¿Qué final tendrá? Al fin y al cabo, apenas es la hora de la siesta. Ni siquiera sé su nombre y el misterio sólo hace que me guste un poco más.
Ojala no se vaya sin decir nada, ¿O debería decir yo algo? "Hola, me llamas la atención, soy española, ¿Salimos?" Muy original. Quizá tenga novia...o lo mismo es gay.
Sea como sea, hay una realidad: los dos estamos solos y ya hace rato que se terminó el café.
¿Creerá en el romance?
Para cuando terminó de escribir recordó que había quedado en algo más de media hora y decidió desmontar el tenderete literario y marcharse de allí. Tenía un sobre de azúcar blanco con el número de teléfono escrito y ni siquiera se había molestado en ocultar su intención, esa que sabía que no era suficientemente valiente para llevar a cabo. Cuando lo vio recoger su bolígrafo, su cuaderno, echar un vistazo al estado de la cámara analógica de su mochila y levantarse, esperó a que se fuera primero. Él le dedicó la mejor sonrisa y se fue, y ella detrás, con toda su voluntad. Caminó tras él preguntándose si debía o no debía hacerle aquel "dulce" ofrecimiento hasta darse cuenta que sus caminos iban a separarse. Quedaba tiempo hasta la acordada cita de las 16:35 y caminó tras él unos metros más por una calle que ya no le correspondía. Él la vio. Ambos comenzaron a tocarse el pelo y colocarse las gafas de sol. Cada uno en una acera, en silencio, ignorando lo demás. Ella no contaba con su parada técnica en un banco, así que con una última mirada de soslayo, se fue.
Llegó a la cita con mucho tiempo de sobra y un mensaje que anunciaba retraso, así que decidió sentarse a esperar y así poder releer ahora con más tranquilidad su cuaderno. Para cuando hubo terminado el primer párrafo se dio cuenta del error que podría suponer haberlo dejado escapar y no volver a encontrárselo nunca más. Agarró el bolso y el cuaderno y corrió, corrió desandando el camino que la pudiera llevar a aquel banco, en parte pensando si aquello era una buena idea, en parte sabiendo que de no hacerlo se arrepentiría toda la vida. Pero al llegar ya no estaba.
Le dio tiempo a volver a ser la primera en el encuentro planeado. Volvió a sentarse a esperar. Y entonces pensó, como ya sabia, que la perfección no existe sino que somos nosotros los que damos al momento o a las personas la óptica de lo que deseamos o necesitamos. Pero sobre todo, pensó que las oportunidades no suelen tener un bis y que la próxima vez, no volvería a casa con un sobre de azúcar entre las hojas de su cuaderno.
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