miércoles, 29 de mayo de 2013

Ni siquiera queda poco.

Ni siquiera queda poco: quedan días.
Ni siquiera es medio mes: es una cuenta atrás.

Me pesa que el reloj marque las doce, porque cada día que se va es un pequeño tesoro robado por el tiempo y cada día que viene supone el reto de quererlo vivir, intensamente, 24 horas. La impotencia de no poder disfrutarlo como me gustaría y pasear todo lo que quisiera por la ciudad que me ha robado el corazón es un lazo que me va ahogando muy lentamente. No veo el final del camino, no veo el momento de echarme a la calle para el disfrute de cada adoquín y cada fachada.

Y espero que cuando ese día llegue y alcance mi preciada libertad me sepa a una vida. Porque después...recibiré el seco y doloroso golpe de tenerme que ir, dejando aquí nueve meses de mi vida, muchas personas y unas vistas que espero el tiempo no borre de mi memoria.

¿Y después?

Después vendrán los reencuentros, que siempre se mojan por una lágrima que no sé bien si quiere decir "me alegro de estar aquí" o "ya estoy echando de menos lo que he dejado" y tras el revolcón con mi abandonada durante cinco meses y amada cama, me despertaré y el día consistirá en una serie de preparativos que me llevarán a media tarde al final de otro camino: la carrera.
La graduación supondrá abrazos, risas, orgullo paterno y nostalgia. Los amigos que quedan, los momentos que se van. La vida vuelve a separarme de algo que quiero.

La graduación terminará con la acogida de mi antiguo hogar para pasar la noche, o la mañana, según terminemos. Volveré a sentarme en el borde de aquella cama y con una sonrisa bastante nostálgica pensaré que si las paredes pudieran hablar no dejarían a nadie indiferente. Vuelvo al sitio donde todo empezó, a decirle adiós para siempre con las mismas personas que emprendí el camino (y algún nuevo fichaje).


Estos días me hace mucha gracia pensar qué habría sido de mí de no haber llamado al anuncio de la inmobiliaria mientras nos comíamos un bocadillo sentados en la plaza leyendo el periódico. Qué habría pasado si hubiésemos elegido el dúplex en lugar de aquel piso que nos gustó por tener armarios empotrados a pesar de que residí tres años en la única habitación que no tenía. Eso ya nunca se sabrá: ahí reside la magia de las decisiones en las que vamos basando nuestro camino, el de nuestra vida.

Me aventuro a decir que de no haber sido "los de la Calle Toledo" mi vida ahora sería muy distinta, pero lo cierto es que no cambiaría ni un sólo detalle, ni una sola conversación de balcón, de habitación, ni una broma, ni una subida en ascensor.
Cuatro años han pasado... cuatro y sigo casi donde empecé:
emplearé ese motivo para evitar la nostalgia.



Por ahora... Praga.





Quizá esto es una forma de remover el cuerpo muy temprano, aún quedan días. 
Pero mejor fuera que dentro.
Cuando todo pase, quedaré a prueba de bombas.





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